Animal

Subió al coche contento, con la lengua fuera y agitando el rabo. Le encantaban los viajes en coche. Disfrutaba sacando el hocico por la ventana y dejando que el viento zarandease su lengua. Le gustaba oír el ruido del motor y acurrucarse entre las piernas de su dueña mientras todo vibraba suavemente.

Desde el suelo del vehículo el animalillo miraba con su alegría natural a sus dueños, sin embargo la mirada que estos le devolvían reflejaba lástima, tristeza y culpa.

Al cabo de un rato, el vehículo paró, el perro fue empujado fuera y el automóvil aceleró, dejando un animal que jamás entendería por qué fue abandonado.

Un Hogar Silencioso

La veterinaria subió al animal a la camilla. Estaba tranquilo, muy tranquilo. Años atrás hubiese ladrado y gruñido pero ahora no. Ahora solo miraba los ojos de su dueño, serio, inconsciente de la situación. Puede que fuese a causa de la enfermedad pero daba lo mismo, esa tranquilidad era insoportable. Esos ojos penetraban el alma de su amo. Una lágrima se deslizó por la mejilla del hombre. No decía una sola palabra, simplemente miraba a su mejor amigo con ternura y dolor.

La veterinaria indicó que iban a comenzar a sedarlo. Luego extrajo una aguja de un armario y preparó una inyección. El perro seguía sin moverse, mirando fijamente a su amigo con una mirada de preocupación. El hombre asintió con congoja y dio permiso a la veterinaria para iniciar el procedimiento. Su tono de voz era neutro, carente de emociones. Cada cierto tiempo, como guiadas por un reloj, las lágrimas se resbalaban por sus mejillas.

La aguja penetró el muslo del perro pero este no dio signos de queja. El hombre clavó la mirada en los ojos de su amigo, más profundamente que antes, como buscándole el alma. El perro comenzó a cerrar los ojos, poco a poco. Sus párpados parecían hechos de plomo.

—Adiós amigo —fue lo último que le pudo decir.

Al llegar a casa, nadie recibió al hombre más que el silencio y sus sollozos.

Pedales y Hambruna

Londres estaba cansada. Cansada de los bombardeos , cansada de las muertes, cansada de ver cadáveres volviendo a sus puertos. Londres estaba, en general, cansada de la guerra.

Corría el inicio de un agosto sombrío de un año, 1945, igualmente oscuro. Peter debía ir cada día en busca de dinero, comida, ropa, agua o cualquier cosa que pudiese vender por una de las anteriores. Usaba una vieja bicicleta oxidada para moverse por la ciudad en busca de algún sustento. Esa bicicleta, heredada de su difunto padre, había sido reparada en tantas ocasiones que bien podría ser objeto de la mítica paradoja de Teseo y, a ojos de Peter, había recorrido millas suficientes como para cruzar Inglaterra dos veces. Sin embargo, ni la vejez ni las reparaciones que había sufrido esa anciana bicicleta impedían que fuese de gran ayuda en aquellos paseos en busca de víveres. Más de una vez había tenido que pedalear hasta Whitechapel a por unos míseros pedazos de pan duro. Había días que, incluso tras recorrer decenas de millas, volvía a casa con las manos vacías.
Esas situaciones en las que el exhausto Peter no traía consigo nada para llevarse a la boca se habían repetido demasiado últimamente y, tras varios días de inanición, la mujer de Peter, Clara, propuso sutilmente la idea de vender la vieja bicicleta. Peter se negó ante aquella horrenda propuesta y, al día siguiente, emprendió su búsqueda con mayor ahínco pero con resultados similares.
Pasaron los días y, a pesar de alguna fructífera búsqueda, la guerra diezmaba los recursos y las posibilidades que tenía Peter de encontrarlos. Mientras, la idea de vender la vieja chatarra oxidada crecía y ya se veía como la única esperanza en aquel momento. A veces, cuando el hambre amenazaba insoportable, Clara discutía enérgicamente con Peter sobre aquella bicicleta. “¿Cómo iría hasta Whitechapel a por comida sin la bicicleta?” -pensaba Peter- pero lo cierto era que la comida ya escaseaba incluso en los barrios más pudientes de Londres y que la venta de aquella bicicleta les daría tiempo y dinero.
Peter finalmente vendió la bicicleta por una generosa cantidad de libras y de lágrimas. Unas semanas después terminó la guerra. Luego llegaron los suministros de América y el hambre dejó de ser tan común. Y Peter, Peter jamás recuperó su vieja bicicleta.